Era una tarde soleada en el hogar de María y su madre, Ana. El sol iluminaba el salón, donde estaban sentadas en el suelo, rodeadas de cojines de colores y jugando con sus juguetes. La risa de María llenaba el espacio mientras su madre, con una mirada cómplice, sugería un nuevo juego.
—¡Mamá! —exclamó María, levantando la vista de su muñeca—. ¿Podemos jugar a espadas?
Ana sonrió y se inclinó hacia su hija, con una chispa de