Era una noche tranquila, y la luna brillaba a través de la ventana de mi habitación. Tenía diez años, y aunque la mayoría de mis amigos ya habían aprendido a no hacerse pis en la cama, a mí todavía me pasaba de vez en cuando. No lo hacía a propósito, pero había algo en la sensación de la calidez que me resultaba reconfortante.
Esa noche, me acurruqué en mi manta favorita, con un libro de cuentos en las manos. Las historias de