Era una tarde soleada en el pequeño apartamento donde vivían Andrea y su madre, Laura. La luz dorada del sol se filtraba a través de las cortinas, creando un ambiente cálido y acogedor. Andrea, con su cabello suelto y una sonrisa que iluminaba su rostro, decidió sorprender a su madre con un café y unas galletas recién horneadas.
—¡Mamá! —gritó mientras entraba en la cocina, sosteniendo una bandeja con las delicias humeantes—.